Acabó de leer la carta y se secó una lágrima de la mejilla.
Se la guardó en el bolsillo trasero de los pantalones y subió corriendo a su
habitación sin entender nada de lo que acababa de suceder. Sabía que debía
hacer exactamente lo que la carta decía, lo que sus padres decían. Abrió el
segundo cajón de la estantería. Cogió una mochila, esas que se llevan cuando
vas de acampada. Era negra y verde, se
acordaba perfectamente del día en que la compraron. Su madre y ella estaban en unos grandes
almacenes. Llevaban horas dando vueltas y apenas habían cogido un par de
prendas. Estaba ya cansada de estar ahí, y discutió con su madre. Necesitaba
una mochila de esas para las excursiones del colegio y su madre la metió en el
carrito sin apenas preguntar si le iba bien.
Nunca le había gustado esa mochila, pero ahora le recordaba a su madre.
A los buenos momentos que habían pasado y a los malos. Volvió a ponerse a llorar.
La colocó encima de la cama y la abrió. Se dirigió al
armario y buscó entre el desorden que lo caracterizaba unos cuantos conjuntos.
No le gustaba mucho combinar pero intentó hacerlo lo mejor posible. Unos par de
vaqueros desgastados, unas camisetas sin estampado, una falda corta y una
camisa recién planchada. Lo dobló todo apresuradamente y lo metió en el fondo
de la mochila. Cogió un pijama y bastante ropa interior. También añadió a su
equipaje el cepillo de dientes, el peine, dinero, el portátil y unas cuantas
fotos familiares. Se acercó a la puerta y echó una última mirada melancólica a
su habitación. Había pasado en ella 17 años y había muchos momentos encerrados
en ella. En cada esquina, en cada pared. Todo le recordaba a algo y ahora era
la última vez que pisaba su frío suelo. Cerró los ojos, respiró hondó y contuvo las
lágrimas. Dio un paso y cerró la puerta tras de sí. Recorrió el pasillo pasando
su mano por las paredes. Se paró en el baño. Encendió la luz, se miró al espejo
y con un movimiento hábil se recogió el pelo en una coleta alta y perfecta.
Después tocó dulcemente la frente de sus padres y se fue de casa.
Aún no sabía dónde iba a ir. Sólo tenía una cosa en su
mente. Dos palabras revoloteaban en su mente, eliminando la posibilidad de
pensar en otra cosa: Angelina Matterson.
Empezó a caminar por las calles, mirando a lado y lado.
Tenía miedo de que los asesinos de sus padres aún no se hubieran ido. Dejar su
casa significaba dejar el asesinato sin investigación, sin culpable. Huir,
dejando los cuerpos ahí, sin posibilidad de ser enterrados, de poder descansar
en paz. Tenía que sufrir su dolor en silencio y en soledad. No tenía a nadie.
No podía confiar en nadie. No tenía muy claro hacia donde iba pero tenía que
tener cuidado. El dinero no era abundante en su bolsillo y tendría que
sobrevivir sola hasta que encontrara a esa mujer.
Se dirigía hacia el ayuntamiento para conseguir una guía de
teléfonos. Empezaría buscando en su pueblo. Sus padres podrían haber
especificado un poco más, pensó. Todo el mundo a su alrededor la miraba con
unos ojos extraños y interrogativos. Se preguntaban de dónde había salido esa
chica. Iba vestida con unos pantalones rotos por numerosas partes, una camiseta
que le caía por el hombro dejando ver la tira azul de su sujetador, una coleta
perfecta que desentonaba con el resto del atuendo y una mochila muy llena
colgada de su hombro. Se podría ir perfectamente a hacer el camino de Santiago
si no fuera porque un océano inmenso la separaba de ese lugar.
De pronto se vio
delante de la gran puerta del ayuntamiento. Entró dudosa en su interior y le preguntó
amablemente a la mujer de la recepción.
- Hola, buenos días. En que puedo ayudarla señorita?- dijo la mujer
llamada Arantxa. Se podía leer en una pequeña chapita enganchada al cuello de
su camisa.
-Quiero una guía telefónica del pueblo. Aunque si tenéis una
del estado, me sería de más ayuda. - pidió Ariel. Acababa de pensar que
posiblemente tuvieran una guía del estado de Pensilvania también. Así que sin pensárselo
mucho la pidió.
- Sí claro, aunque si me dice la persona o el negocio que
quiere encontrar yo misma se lo puedo buscar. Ahora todo esta informatizado y
le ahorraré tiempo.
- Ah! Sí, por supuesto. Muchas gracias. Angelina Matterson.
En el momento en el que el nombre salió de la boca de Ariel,
la mujer palideció. Antes de teclear el nombre en el antiguo teclado ya dijo
que no salía en el buscador.
- Pero, si ni siquiera lo ha escrito. La he visto em....-
miró fijamente la plaquita y pronunció. -Arantxa.
-Lo sé, niña. Pero créeme, no quiere encontrar a esa mujer.
Hace mucho que ya no escucho su nombre, y
todo aquí ha ido mejor. Deja las cosas como están o te arrepentirás.
-¿Qué? ¿Qué pasó?- preguntó Ariel intrigada.
-No lo quieras saber. Se hizo un pacto sabes?. Son cosas que
no es bueno ir contando por ahí. No seré yo quien lo rompa. - dijo asustada. Se
le podía ver el miedo en los ojos, el espanto en la voz.
- Muy bien, entonces creo que cogeré la guía. Muchas
gracias.
Y Arantxa le entrego la guía temblorosa. Y murmuró unas
frases en lo que parecía latín. Ariel cogió las guías y se fue aún sin entender
nada.
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