miércoles, 23 de abril de 2014

1. Los inicios


Estaba estirada en su cama, con la música a todo volumen, sumida en sus pensamientos. Cada canción le recordaba un momento, un momento que deseaba guardar en su memoria para siempre. Esa canción, esa que sonaba en ese preciso instante la transportó al verano pasado.  Era un día soleado de agosto, ella y sus amigas estaban en la playa, estiradas intentando que su piel se cubriera de una fina capa de moreno. Miraban al cielo, contemplado su amplitud. De repente, llegaron esos chicos que conocieron hacía tan solo unas semanas. Se sentaron en las toallas y sacaron de una vieja mochila de cuerdas un juego de cartas.

-Queréis jugar un rato ?- les dijeron sin quitar esa sonrisa pícara que les era característica.

-Sí , claro- respondió ella.

Y mientras jugaban y gritaban al ver que perdían, la canción sonaba. Ese fue su verano, el mejor de su vida. Conoció al chico que le hizo olvidarse de sus complejos y le hizo volver a creer en su misma. La cambió, le hizo ver todo lo bueno que tenía en ella y luego....luego se esfumó. Se esfumó tan rápido como unas cenizas saltan por el aire al recibir un soplido.  Antes de que sucediera, ella lo notó. Estaban acabando la última partida, ya era hora de irse, y de repente se sintió mareada, se le nubló la vista y detrás de sus ojos, justo en la parte donde los dos nervios ópticos se juntan vio algunas imágenes. No estaban claras, borrosas en su mayoría. Con lo poco que pudo ver entre el inicio del proceso y su posterior desmayo puedo intuir y casi confirmar que él se marcharía. Juntando los trozos pudo adivinar que al acabar la partida se despedirían con un suave beso en los labios y que después de esa dulce despedida ya no lo vería más. Ni un mensaje, ni una conversación, ni una mirada. Él se iría de su vida de la misma manera impredecible y apoteósica con la que entró. Y unos instantes más tarde, justo después de volver en sí a causa del contraste que ejerció el agua fría en su cara ardiente, sucedió. Tal y como visionó. Creyó que era un dejavú y no pudo hacer nada para impedirlo.

La canción cambió y con ella sus pensamientos y recuerdos. Esta la transportó a un día de su infancia. Cuando tenía apenas seis años. Su madre la había cogido en brazos y sentándola en su regazo le acarició el pelo. Entre susurros y caricias le pronunció unas frases que nunca olvidaría. " Hagas lo que hagas, siéntete orgullosa y especial. Tienes que ser fuerte cuando yo ya no lo pueda ser por ti." Eso siempre volvía a su memoria cada vez que los acordes resonaban en su reproductor. Era la canción que sonaba mientras la tierna escena sucedió.

Entonces un fuerte ruido distorsionó la melodía y la trajo de vuelta rápidamente a la realidad. No estaba encima de las piernas de su madre, ni tenía 6 años. El ruido volvió a sonar y entonces se dio cuenta. No era un ruido normal, eran disparos. Bajó de su cama tan ágilmente como le fue posible, recorrió apresurada el pasillo y llegó al salón jadeando y sedienta. No era mucho recorrido pero teniendo en cuanta su forma física y su ansiedad todo podía causarle cansancio. Y una vez cruzó el umbral de la puerta que dividía el salón del pasillo los vio. Vio a sus padres tendidos en el suelo, con el pecho ensangrentado. Sus cuerpos fríos e inertes estaban estirados con cierta gracia en la superficie, posiblemente por la caída producida por el impacto. Al lado de la pierna derecha de su madre encontró lo que supuso que era el arma. Un revólver pequeño y manejable.  Tomó el pulso de sus padres y no notó nada, ni un leve bombeo de sangre. Sabía que  era difícil pero tenía una pequeña esperanza en que todo fuera una trampa, una broma. Y lo recordó. Hacía apenas unas horas había sentido esa misma sensación del día de la playa. Algo había recorrido su mente. Esa escena, en la que se encontraba ahora mismo. Ya la había visto, era como si ella hubiera visto con anterioridad lo que iba a suceder. Entre sollozos se dijo que eso era imposible. Se arrodilló al lado del cuerpo de su madre y continuó llorando mientras se abrazaba fuertemente a sus piernas.

En una de las veces que levantó la cabeza para coger aire y no ahogarse en su mismo ambiente vio una carta. Arrugada y manchada en el bolsillo de la chaqueta de su padre. Se arrastro hábilmente a por ella. La cogió y vio que en la parte delantera del papel estaba escrito su nombre: Ariel Deathless. Con una mirada pensativa y un tanto preocupada abrió el sobre. Estaba cerrado con una especie de sello de un material blando a la vista pero muy duro al tacto. En el centro estaba gravado un escudo con un nombre en el centro: INMORTABILUS.

La abrió, retirando el sello de la punta de la solapa del sobre. Dentro había un papel doblado, parecía antiguo. Lo desplegó, y leyó atentamente la carta.

" Querida Ariel,

Supongo que si lees esta carta es porque ni tu padre ni yo estamos ya en este mundo. Hay algunas cosas que deberías saber sobre ti, algunas que te cambiarán la vida. Hemos pasado toda la vida cuidándote y protegiéndote de aquellos que querían herirte y ahora, cómo es obvio hemos fracasado. No podemos decirte mucho aún pero tienes que leer atentamente y hacer todo lo que digamos.

Ves a tu habitación, coge algo de ropa, pero tampoco vacíes el armario. No pueden saber que te vas.  Coge todo lo que necesites pero tienes que ser discreta. Haz una maleta, una cómoda y vete. Vete a buscar a Angelina Matterson. Ella te ayudará y te lo contará todo. No vuelvas nunca a casa y no confíes en nadie más excepto ella.

Siento que ahora estés sola, que pases por esto sola.  Te queremos y siempre estaremos a tu alrededor cuidándote.

Adiós hija,

Tus padres. "

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