Estaba estirada en su cama, con la música a todo volumen,
sumida en sus pensamientos. Cada canción le recordaba un momento, un momento
que deseaba guardar en su memoria para siempre. Esa canción, esa que sonaba en
ese preciso instante la transportó al verano pasado. Era un día soleado de agosto, ella y sus
amigas estaban en la playa, estiradas intentando que su piel se cubriera de una
fina capa de moreno. Miraban al cielo, contemplado su amplitud. De repente,
llegaron esos chicos que conocieron hacía tan solo unas semanas. Se sentaron en
las toallas y sacaron de una vieja mochila de cuerdas un juego de cartas.
-Queréis jugar un rato ?- les dijeron sin quitar esa sonrisa
pícara que les era característica.
-Sí , claro- respondió ella.
Y mientras jugaban y gritaban al ver que perdían, la canción
sonaba. Ese fue su verano, el mejor de su vida. Conoció al chico que le hizo
olvidarse de sus complejos y le hizo volver a creer en su misma. La cambió, le
hizo ver todo lo bueno que tenía en ella y luego....luego se esfumó. Se esfumó
tan rápido como unas cenizas saltan por el aire al recibir un soplido. Antes de que sucediera, ella lo notó. Estaban
acabando la última partida, ya era hora de irse, y de repente se sintió
mareada, se le nubló la vista y detrás de sus ojos, justo en la parte donde los
dos nervios ópticos se juntan vio algunas imágenes. No estaban claras, borrosas
en su mayoría. Con lo poco que pudo ver entre el inicio del proceso y su
posterior desmayo puedo intuir y casi confirmar que él se marcharía. Juntando
los trozos pudo adivinar que al acabar la partida se despedirían con un suave
beso en los labios y que después de esa dulce despedida ya no lo vería más. Ni
un mensaje, ni una conversación, ni una mirada. Él se iría de su vida de la
misma manera impredecible y apoteósica con la que entró. Y unos instantes más
tarde, justo después de volver en sí a causa del contraste que ejerció el agua
fría en su cara ardiente, sucedió. Tal y como visionó. Creyó que era un dejavú
y no pudo hacer nada para impedirlo.
La canción cambió y con ella sus pensamientos y recuerdos.
Esta la transportó a un día de su infancia. Cuando tenía apenas seis años. Su
madre la había cogido en brazos y sentándola en su regazo le acarició el pelo.
Entre susurros y caricias le pronunció unas frases que nunca olvidaría. "
Hagas lo que hagas, siéntete orgullosa y especial. Tienes que ser fuerte cuando
yo ya no lo pueda ser por ti." Eso siempre volvía a su memoria cada vez
que los acordes resonaban en su reproductor. Era la canción que sonaba mientras
la tierna escena sucedió.
Entonces un fuerte ruido distorsionó la melodía y la trajo
de vuelta rápidamente a la realidad. No estaba encima de las piernas de su
madre, ni tenía 6 años. El ruido volvió a sonar y entonces se dio cuenta. No
era un ruido normal, eran disparos. Bajó de su cama tan ágilmente como le fue
posible, recorrió apresurada el pasillo y llegó al salón jadeando y sedienta.
No era mucho recorrido pero teniendo en cuanta su forma física y su ansiedad
todo podía causarle cansancio. Y una vez cruzó el umbral de la puerta que
dividía el salón del pasillo los vio. Vio a sus padres tendidos en el suelo,
con el pecho ensangrentado. Sus cuerpos fríos e inertes estaban estirados con
cierta gracia en la superficie, posiblemente por la caída producida por el
impacto. Al lado de la pierna derecha de su madre encontró lo que supuso que
era el arma. Un revólver pequeño y manejable.
Tomó el pulso de sus padres y no notó nada, ni un leve bombeo de sangre.
Sabía que era difícil pero tenía una
pequeña esperanza en que todo fuera una trampa, una broma. Y lo recordó. Hacía
apenas unas horas había sentido esa misma sensación del día de la playa. Algo
había recorrido su mente. Esa escena, en la que se encontraba ahora mismo. Ya
la había visto, era como si ella hubiera visto con anterioridad lo que iba a
suceder. Entre sollozos se dijo que eso era imposible. Se arrodilló al lado del
cuerpo de su madre y continuó llorando mientras se abrazaba fuertemente a sus
piernas.
En una de las veces que levantó la cabeza para coger aire y
no ahogarse en su mismo ambiente vio una carta. Arrugada y manchada en el bolsillo
de la chaqueta de su padre. Se arrastro hábilmente a por ella. La cogió y vio
que en la parte delantera del papel estaba escrito su nombre: Ariel Deathless. Con
una mirada pensativa y un tanto preocupada abrió el sobre. Estaba cerrado con
una especie de sello de un material blando a la vista pero muy duro al tacto.
En el centro estaba gravado un escudo con un nombre en el centro: INMORTABILUS.
La abrió, retirando el sello de la punta de la solapa del
sobre. Dentro había un papel doblado, parecía antiguo. Lo desplegó, y leyó
atentamente la carta.
" Querida Ariel,
Supongo que si lees esta carta es porque ni tu padre ni yo
estamos ya en este mundo. Hay algunas cosas que deberías saber sobre ti, algunas
que te cambiarán la vida. Hemos pasado toda la vida cuidándote y protegiéndote
de aquellos que querían herirte y ahora, cómo es obvio hemos fracasado. No podemos
decirte mucho aún pero tienes que leer atentamente y hacer todo lo que digamos.
Ves a tu habitación, coge algo de ropa, pero tampoco vacíes
el armario. No pueden saber que te vas.
Coge todo lo que necesites pero tienes que ser discreta. Haz una maleta,
una cómoda y vete. Vete a buscar a Angelina Matterson. Ella te ayudará y te lo
contará todo. No vuelvas nunca a casa y no confíes en nadie más excepto ella.
Siento que ahora estés sola, que pases por esto sola. Te queremos y siempre estaremos a tu
alrededor cuidándote.
Adiós hija,
Tus padres. "
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