lunes, 17 de marzo de 2014

14. El fin


Se tira sobre el sofá dejando la maleta caer al suelo con un fuerte golpe. Me siento en la butaca de enfrente observándola, esperando a que alguna otra explicación salga de su boca. Pero no es así. Samantha ha salido a comprar y tardará un par de horas aún. Tengo ese tiempo para adivinar las verdaderas intenciones de Su y hacer que se vaya.

-Su, verás, no vivo sola como debes suponer. Sam....no creo que le haga mucha gracia que haya más inquilinos en el piso. Ella también necesita su espacio y aquí solo hay dos habitaciones.

- ¡Ah, sí, Sam! Ya he hablado con ella. Lo entiende perfectamente.

-¿ Qué le has hecho ?-pregunto inquieta. Dudo que " lo entienda perfectamente".

- Nada... bueno....solo le he dicho que si no me deja quedarme, tendría que dormir en la calle y robar para sobrevivir. Sabe que soy capaz y ella es tan buena y amable que no me dejaría caer en el vandalismo por unas simples semanas.

- Has recurrido a tu truco más barato. El chantaje emocional. Bien, si jugamos con esas....

-No pienses en una venganza, te ganaré y lo sabes.

Cierro los ojos y cuento hasta diez. Sé que tiene razón y eso es lo peor. De pequeñas cuando jugábamos siempre hacíamos lo que ella quería. Siempre me dominó. Ella mandaba y yo me resignaba a cumplir sus órdenes. Intenté plantarle cara pero siempre me amenazaba con algo que yo quería o temía. O juegas a esto o arranco la cabeza a tus muñecas. O juegas conmigo o te encierro en la habitación hasta que te ahogues con tus llantos. Era malvada. Antes era morena pero eso pelo pelirrojo le iba como anillo al dedo. El color del infierno, el color del mal.

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Alguien llamó a la puerta y yo con un movimiento veloz la abrí. Era Ray. Salí a fuera, no quería que el demonio pelirrojo le viera. Aún no.

Me acero y le saludo con un beso leve en los labios. Extrañamente se aparta. Mi expresión lo dice todo. Mi cara se mueve entre la duda y la fascinación. ¿Ya se ha cansado de mí? ¿Habrá vuelto con Maya?

- Rebecca, tenemos que hablar. ¿Puedo pasar?- me dice sin mirarme a la cara. Es incapaz de levantar la vista y posar su mirada en mis ojos.

- ¡No! Digo, no.... es que está mi prima y... es una larga historia.

- Como quieras. - me coge de las manos y ahora sí que me mira.- Tengo que decirte algo. No sé muy bien por dónde empezar... Verás, tengo que... tengo que dejarte. Tengo que dejar de estar contigo. Tengo que dejar de besarte, de abrazarte, de verte,  de hacerte sonreír cuando nadie más podría. Tengo que dejar de quererte. No me preguntes por qué porque no puedo contestar a eso. Solo sé que tengo que hacerlo porque te quiero.

Y mientras yo me quedo sorprendida, triste y asustada en el umbral de la puerta él se va. Me deja allí, sola, desconsolada y temblando. Se aleja caminando, con la cabeza gacha. Una lágrima solitaria decide caer de mi ojo derecho aunque sé que pronto no estará sola. Cierro la puerta de un golpe y corro. No corro en su dirección. Simplemente corro. Olvidándome de todo. De las calles, del aire, del dolor, de mi existencia. No entiendo nada, me ha dejado con el por qué en la boca. Sin poder expulsarlo de mis labios. Sin poder quejarme, sin poder suplicar.

Llego a un puente. Debajo de él corre un río. Agua clara va arrancado ramas y arrastrando piedras. Nadie se pregunta nunca por qué. Simplemente lo hace. Observando la fluidez de este me siento en el suelo, hundiendo mi cara entre las rodillas. Y entonces sí. Empiezo a llorar. Al principio es un llanto leve. Luego empiezo a sollozar y pronto me falta la respiración. En ese momento me doy cuenta de lo que pasa. En ese momento lo sé. Es Byron. Él le ha obligado. Ray me ha dejado porque Byron se lo ha dicho.

Me levanto. Mi mente está fuera de mi cuerpo. No lo controlo. Y sin saber cómo me encuentro cayendo. Mi cuerpo vacío y sin consciencia está en suspensión. Voy cayendo lentamente por el puente. Los minutos se vuelven segundos y los segundos una eternidad. Caigo, caigo y parece no tener fin. Quiero llegar al final. Al final del sufrimiento, del dolor. Aún no sé por qué estoy en esta situación. Me gusta mi vida. Tengo muchas cosas bonitas en ella, por las que merece la pena vivir pero tengo la sensación de haberme quedado vacía. Sin nadie. Y llega el suelo. Un fuerte estruendo hace notar que mi cabeza ha chocado contra una piedra. El rojo de mi sangre corriendo por las tranquilas aguas de rio muestran mi dolor. Pero no puedo respirar, no puedo sentir, no puedo sufrir. Mi mente se ha quedado ahí, encima del puente, aún pensando en si permanecer y aguantar o dejarse llevar y olvidar.


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Abro los ojos y estoy en una habitación blanca. No identifico ni el techo ni las luces. Muevo la cabeza para ampliar mi campo de visión pero no puedo. Un fuerte dolor invade mi cabeza. Todo me da vueltas. Me la toco lentamente y veo que está vendada. Miro mi brazo desnudo y veo una pequeño aparato de plástico. Mierda. Estoy en el hospital. Intento llamar a alguien pero no sé a quién. Grito mamá esperando a que alguna mujer venga a mí. Pero no es así. Estoy sola. Cierro los ojos y intento organizar la información. Estaba... en... por qué... No me acuerdo de nada. Mierda.  Alguien entra.

- Hola, cariño. ¿Cómo te encuentras?- me pregunta una mujer mayor vestida como si tuviera 40 años.

- Hola...Perdona, pero, ¿quién eres?- digo asustada e intrigada a la vez.

-¿Becca?¿ Estás Bien?

Vaya pregunta más estúpida pienso. Estoy en el hospital con no sé cuantos puntos en la cabeza, un dolor horrible y no reconozco a esta mujer. Creo que es obvio que no estoy bien.

- No, creo que es evidente. Por favor, ¿podría usted llamar a mi madre y a un médico? No sé muy bien que hago aquí y me gustaría volver a mi casa lo antes posible.
 

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